El monstruoso volcán negro que se ha levantado amenazante sobre Ciudad Feliz desde su fundación, finalmente ha entrado en erupción.

Grandes ríos de lava bajan por las laderas de la montaña hacia el asentamiento humano y ya empieza a llover ceniza sobre los tejados. Es sólo cuestión de tiempo para que una nube piroclástica arrase a la gente o que la roca fundida se vierta en las estrechas calles y mate a todo el mundo.


Pero en la ciudad reina una completa calma. La insistencia del Rey en que no corren peligro y que el volcán no está en erupción, hace que los habitantes de la ciudad sigan su vida con normalidad. Compran y venden productos, preparan y consumen sus alimentos, las parejas se casan y educan a sus hijos.


Hubo un instante de confusión cuando se supo que las autoridades de Ciudad Feliz habían cortado todos los árboles de los Grandes Jardines para construir una enorme valla de madera en los límites del norte.


Pero los rumores de que la barrera se había diseñado para ocultar de la vista el Volcán Negro en erupción fueron pronto descartados como maliciosas fantasías paranoicas, ya que el Rey explicó que era un paso totalmente necesario para proteger a su pueblo de los piratas y contrabandistas extranjeros sedientos de sangre.


Y así, mientras la extinción es cada vez más segura, los habitantes de Ciudad Feliz continúan ocupados, ganando dinero, murmurando, discutiendo sobre los pequeños detalles de sus vidas y denunciando ante el Inquisidor Oficial a cualquier ciudadano que sea visto oliendo sospechosamente el aire cargado de azufre, aguzando el oído ante los lejanos estruendos o intentando espiar por los huecos de la Gran Valla Anticrimen para ver si la lava se acerca.


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