Ya ha pasado más de un año desde que el mundo que habíamos conocido de toda la vida se detuvo de repente. Y qué año ha sido. El inconsciente colectivo se agita en la agonía de un viaje terrible de ácido, en las mentes se filtra lentamente la comprensión de que la crisis llegó para quedarse, y todos estamos en un viaje, sacudidos por fuerzas incontrolables como un barco en una tormenta, tratando de mantener algo de gracia en medio del miedo, la confusión y la duda.


Debido a esto, hemos tenido dificultades para encontrar tierra firme. ¿Cómo nos organizaremos en medio de una pandemia mundial? ¿Qué es lo que está sucediendo? ¿Para qué amenazas debemos estar preparados? ¿Cómo podemos asegurarnos de que nuestros seres queridos están a salvo? ¿Qué creen los demás que está ocurriendo?


Este artículo pretende iniciar el debate sobre la respuesta anarquista al COVID-19. Ha habido un tabú a la hora de criticar las medidas autoritarias que el Estado ha tomado durante el último año. Vemos que muchos anarquistas se están apartando de sus creencias fundamentales ante la crisis actual. Peor aún, algunos están tergiversando y distorsionando esas ideas que son opuestas a los principios en los que se basa el anarquismo. Muchos parecen conformarse con el pensamiento grupal sancionado por el Estado, convenciéndose de que hacerlo es un acto de gran solidaridad con las personas más vulnerables de nuestra sociedad.


Escribimos esto hoy para llamar a todos los verdaderos anarquistas a casa, al calor del fuego de la libertad que arde en el corazón de nuestra tradición. Es por el bien de la libertad que luchamos, porque dentro de nosotros abrigamos el deseo de ser libres. Que cada uno de nosotros sea soberano de sí mismo; para determinar, con el libre albedrío que el Espíritu nos infundió, lo que ha de ser nuestra vida.


Escribimos hoy para dirigirnos a nuestros compañeros y pedirles un esfuerzo serio de reorientación política. El viejo mundo ha quedado atrás y no sabemos cómo relacionarnos con el nuevo al que hemos sido empujados. No hay que avergonzarse de ello. Las cosas han cambiado con mucha rapidez y de una manera que ninguno de nosotros esperaba. Hay muchos factores que nos han llevado a tener una sensación de complacencia. Pero ha llegado la hora de mirarnos al espejo y preguntarnos: ¿En qué nos hemos convertido?


Hemos observado durante este año, apaciblemente, en silencio, cómo otros anarquistas han seguido las líneas trazadas por los burócratas del Estado. Hemos permanecido en silencio, presenciando actos de hostilidad hacia aquellos que se han negado a cumplir los mandatos del Estado. Ya no más.


El ímpetu de este comportamiento entre anarquistas parece estar basado en su deseo de hacer el bien a los necesitados, y como esta crisis en particular está siendo provocada por un virus, eso parece difundirse como una voluntad entusiasta de aceptar los dictámenes del estado y de avergonzar a aquellos que los violan.


Es admirable querer hacer el bien a las personas mayores y a los enfermos, pero ¿es la verdadera preocupación por los ancianos lo que motiva a la gente? Creemos que no. Si así fuera, existiría un grado mucho mayor de examen de conciencia colectiva sobre el trato que nuestra sociedad da a los ancianos. Si el gobierno estuviera verdaderamente interesado en mejorar la calidad de vida de los ancianos, invertiría en mejorar los servicios de atención a largo plazo. Por supuesto, la preocupación genuina forma parte de la mezcla, pero muchas personas también actúan de forma egoísta, ya sea por miedo a enfermarse, por miedo a que otros se enfermen o por miedo a la no aprobación de los demás.


Con razón la ansiedad se encuentra en su nivel más alto. Cuando tantas normas sociales se ponen de cabeza, la gente no sabe qué hacer ni cómo comportarse. Y así, en esos momentos, cuando no sabemos cómo actuar, miramos a nuestro alrededor para ver qué hacen los demás. Si otros lo están haciendo, debe ser seguro hacerlo. Si es seguro hacerlo, debe ser correcto actuar de ese modo. Y así comienza una nueva conformidad. Sin abrazos. Sin estrechón las manos.


Todo esto se presenta de manera subconsciente, y no es cuestión de ideología. Es un comportamiento normal de adaptación. Si usted viajara a un país extranjero, haría lo mismo, absorbiendo las señales sociales de los habitantes del país. En diferentes culturas, es respetuoso que un visitante observe las costumbres de los lugareños. En estos momentos vivimos en una tierra extraña, y tratamos de adaptarnos a sus inusuales costumbres.


La diferencia es que este extraño y nuevo mundo no es familiar para nadie. No hay nadie que sea más cualificado que nosotros para interpretarlo. Ha llegado el momento de tejer todo esto en una historia, de impregnar lo que está sucediendo con un significado que pueda llevarnos a una acción sabia. Tenemos que lanzar un nuevo sortilegio.


La buena noticia es que el valor y la inspiración son tan contagiosos como el miedo y la depresión. Es fundamental que busquemos en nuestro interior el valor para hacer lo que debemos hacer para garantizar nuestra supervivencia en un mundo cada vez más convulsionado. Quizá algunos se nieguen a aceptarlo, pero el antiguo mundo no va a regresar. Las otras crisis que el mundo enfrenta no desaparecieron cuando llegó el COVID. Sigue existiendo una crisis ecológica de dimensiones gigantescas, por no hablar de una crisis económica, la posibilidad de una guerra, etc… Odiamos ser portadores de malas noticias, pero el escenario más probable para los próximos diez años es el de una crisis que desemboque en la siguiente, o, si lo prefieren, una crisis continua. La amenazante frase “Se aproxima el invierno” ha demostrado ser cierta. Y ya llevamos un año.