El mundo está de cabeza. Está patas arriba. Una reversión de significado se está produciendo en todas partes al mismo tiempo, y nos hace entrar en un estado de regresión atávica. ¿Es esto lo que se siente al vivir en medio de una guerra psíquica relámpago? Ha sido un año vertiginoso. En estos días es difícil saber qué pensar. Cuestiono si el análisis político que tenía antes de la pandemia sigue siendo relevante. Está claro que cuando los tiempos cambian, es necesario adaptarse. ¿Pero cómo?
Esta publicación es el resultado de un intento de adaptación al zeitgeist. Esperamos que este boletín sirva de catalizador para el debate sobre cómo los anarquistas pueden enfrentarse mejor a los complicados cambios que han transformado tan rápidamente la realidad en la que vivimos.
Debemos reafirmar nuestros valores más importantes. El anarquismo es la filosofía de la libertad. Está basado en la asociación voluntaria, la ayuda mutua y la creencia de que existe una simbiosis entre la libertad del individuo y la salud de la colectividad.
Y aquí debemos entrar en una cuestión que nos corroe desde hace meses. ¿Por qué los anarquistas han estado tan callados ante la creciente represión estatal? Buena parte del mundo se encuentra bajo un estado de gobierno arbitrario que se aproxima a la ley marcial. ¿No son históricamente los izquierdistas radicales defensores de las libertades civiles, como la libertad de reunión, la libertad de expresión y la libertad de prensa? Sin embargo, hasta hace poco, parecía haber un tabú para criticar las medidas justificadas en nombre de la salud pública.
Por fortuna, esto parece estar cambiando. En Quebec, hogar de una feroz tradición anarquista, fue necesario imponer un toque de queda para impedir la movilización de los anarquistas, pero nos complace informar que miembros de la izquierda radical de Montreal están saliendo a la calle. Ya ha habido dos manifestaciones contra el toque de queda, organizadas por anarquistas. Esperemos que este impulso continúe.
Es una señal positiva, y esperamos que lleve a un mayor diálogo sobre el camino a seguir para un movimiento de resistencia en la era del COVID, ya que el viejo mundo ha quedado en el pasado.
En Quebec, el bloqueo de este invierno ha sido muy fuerte para la gente. Todo es ilegal y todos están en arresto domiciliario. El gobierno parece haber suspendido la mayoría de los derechos que deberían estar garantizados por la constitución, actuando con total impunidad, y no hay voces críticas en los principales medios de comunicación.
De hecho, al parecer la libertad de prensa ya no existe. Esto ha ocurriendo porque los modelos de negocio de los periódicos, las noticias por cable, las revistas, etc. han fracasado, y ahora están recibiendo subsidios del gobierno. En especial este último año, han sido mucho menos críticos con cualquier cosa que haga el gobierno. Básicamente, se diría que el Estado está fijando la política editorial de la mayoría de los medios de comunicación. La discrepancia es rara.
Se asemeja bastante a un estado policial, y esto después de sólo un año. Si esto sigue, ¿dónde estaremos en cinco años? Ya parece que nos estamos moviendo hacia el totalitarismo… lo que puede parecer una exageración, pero el Estado no hace más que apretar las tuercas. Acaban de ampliar la cuarentena de 14 a 24 días en caso de variantes de COVID, y dicen que incluso después de que la gente se vacune, el distanciamiento social y el uso de máscara seguirán vigentes. No vemos ninguna luz al final del túnel.
Además, las redes sociales están borrando de sus plataformas cualquier información que se considere contraria a las recomendaciones de Salud Pública. Este tipo de censura funciona para crear una especie de pensamiento grupal al hacer que las críticas a las medidas de bloqueo parezcan una ideología extremista, al situarlas fuera de los límites de lo que es aceptable decir. El siguiente paso lógico es la persecución de los delitos de pensamiento, el encarcelamiento de los disidentes y los indeseables.
Así que, sí, esto es una advertencia. Tenemos que cuestionar la autoridad. Tenemos que preguntarnos: ¿Qué es justificable en nombre de la salud pública y qué no lo es? ¿Y quién decide?
También debemos examinar el término “Salud Pública”. Con frecuencia, da la impresión que el término se usa para insinuar que los deseos, necesidades y anhelos individuales deben subordinarse en favor de un bien mayor. ¿Quién determina este bien mayor? El Estado, por supuesto.
Los seres humanos desean ser libres. Sin embargo, hay algo que la mayoría de la gente valora más que la libertad, y es la seguridad. Cuando un régimen desea ganar la obediencia de una población con fines nefastos, como la guerra, se enfoca en hacer que la gente tenga miedo. Esto es básico. Si hay algo por lo que la gente sacrificará su libertad, es la seguridad, y los propagandistas saben esto desde hace siglos.
Como un nazi dijo en el juicio de Nuremberg: “El pueblo siempre puede ponerse a la orden de los dirigentes. Eso es sencillo. Basta con decirles que están siendo atacados y denunciar a los pacifistas por falta de patriotismo y por exponer al país al peligro. Funciona igual en cualquier país”.
¿No es exactamente lo que sucede ahora? Todos los días se nos dice una y otra vez lo grave que es la situación. Esencialmente se nos dice que estamos bajo ataque. La única diferencia es que el enemigo no es una potencia extranjera sino una fuerza de la naturaleza, un virus, un enemigo invisible.
En el lugar de los pacifistas, están los liberales civiles, aquellos que se niegan a aceptar la lógica de la Salud Pública. Estas personas, con frecuencia caracterizadas como “anti-máscaras” o “anti-vacunas”, son el blanco del desprecio y la burla, y sus voces son silenciadas e ignoradas. Se les denuncia por exponer a personas vulnerables al peligro, y lo peligroso de sus ideas se usa para justificar la censura. Y el escarnio al que son sometidos envía un mensaje a aquellos que podrían estar tentados a hablar en contra de la estandarización de las medidas arbitrarias – no vale la pena el esfuerzo.
Tenemos que rechazar la lógica de que necesitamos que nos protejan de nosotros mismos. Aceptar esta lógica es aceptar la derrota. Si aceptamos la lógica de que la información a la que tenemos acceso debe ser controlada, estamos aceptando que debemos ser controlados. El Estado quiere hacernos creer que busca nuestro mayor beneficio, y que nos está manipulando por nuestro propio bien, en nombre de la Salud Pública.
No crea esa propaganda.