La crisis de Covid19 ha supuesto un reto para los anarquistas y otros que creen en una vida plenamente autónoma y liberada. Escribimos esto hoy porque sentimos que demasiadas personas que en tiempos mejores llevan estas banderas políticas y filosóficas están dejando de lado sus creencias fundamentales – o peor – retorciendo y distorsionando esas creencias de maneras totalmente decepcionantes, conformándose con los mandatos de los tecnócratas y los políticos, mientras se convencen a sí mismos de que hacerlo es un gran acto de solidaridad con las personas más vulnerables de nuestras sociedades.

Decimos en voz alta que si los principios políticos que se promueven y fomentan en tiempos mejores se debilitan y se encogen en tiempos de crisis, entonces sus principios políticos no tienen valor. Cualquier sistema de organización o cualquier creencia sobre la autonomía humana que haya que dejar de lado cuando la historia nos pone un reto, no vale la pena mantenerlo cuando la emergencia se calma. En realidad, son los momentos de dificultad y desafío los que ponen nuestras ideas en el balance de utilidad para decirnos si son o no tan sólidas como creemos.

Como anarquistas, la autonomía sobre la propia mente y el propio cuerpo es esencial para nuestros valores. Creemos que los seres humanos son lo suficientemente inteligentes como para decidir por sí mismos cómo evaluar su entorno y tomar decisiones sobre cómo seguir viviendo de una manera que satisfaga sus necesidades y deseos. Por supuesto, reconocemos que esta autonomía viene acompañada de una auténtica responsabilidad, no sólo hacia uno mismo, sino también hacia aquellos con los que están en comunidad, incluido el mundo no humano. Reconocemos ciertamente que se puede pedir a los individuos su cooperación para lograr un objetivo colectivo. Pero también reconocemos la importancia fundamental del consentimiento en tales situaciones, y que la fuerza y el castigo son antitéticos a una visión anarquista del mundo.

Por eso escribimos hoy. Para dirigirnos a nuestros amigos, a nuestros compañeros, a nuestros aliados intelectuales y filosóficos para pedirles que, si aún no lo han hecho, empiecen a criticar y cuestionar seriamente las respuestas estatales a la pandemia de Covid19 que estamos presenciando en todo el mundo. Hemos observado durante este año, mansamente, en silencio, como otros anarquistas han seguido las líneas trazadas por los burócratas del estado. Hemos permanecido en silencio cuando hemos sido testigos de cómo los anarquistas actúan con hostilidad hacia aquellos que se han opuesto a los toques de queda y a las órdenes de encierre impuestos por el Estado – sólo porque los que más han empujado la resistencia están afiliados a la política de la derecha – cediendo así desgraciadamente este terreno a la derecha en lugar de forjar sus propias críticas a la política del Estado y de tal manera proporcionando un refugio intelectual para aquellos que, de forma aislada, se han vuelto antagónicos con aquellos que, desde el poder, están jugando con nuestras vidas.

El ímpetu de este comportamiento entre los anarquistas parece estar arraigado en su deseo de hacer el bien a los necesitados, y como esta crisis en particular está siendo causada por un virus, eso parece desplegarse como una voluntad entusiasta de aceptar los mandatos del Estado y de avergonzar a los que los violan. Es admirable querer hacer el bien por los ancianos y los enfermos, pero es en ese instinto donde debe comenzar la conversación, no donde debemos resolver dejar de lado nuestros principios fundamentales y justificar esto tomando a los tecnócratas y a los políticos al pie de la letra, utilizando los pronunciamientos de los expertos sancionados como si fuera un evangelio por el cual afirmar que nuestra falta de resistencia al mandato es porque el mandato tiene mucho sentido.

Los políticos mienten. Seleccionan los análisis y los técnicos que promueven sus agendas. Los ejecutivos de las empresas se alinean para apoyarlos, sabiendo que el erario público está abierto para ellos cuando lo hacen. Y los medios de comunicación, siempre deseosos de quedar bien con los que tienen poder político y financiero, fabrican el consentimiento en ciclos de noticias de veinticuatro horas. Nosotros lo sabemos. Tenemos bibliotecas llenas de libros que hemos leído y recomendado explicando con detalle el funcionamiento de esta realidad. Por lo tanto, ser críticos con los políticos, quienes declaran que sus violaciones de emergencia de las libertades básicas están justificadas por la crisis, es siempre una necesidad. Ser crítico con los ejecutivos farmacéuticos que dicen al público que sólo ellos tienen las llaves de un futuro de libertad y seguridad, y con los medios de comunicación que actúan como máquinas de propaganda al servicio de las narrativas oficiales, es siempre una necesidad.

Los anarquistas parecen saber todo esto instintivamente cuando la guerra que los políticos quieren que hagamos es una guerra librada con armas literales, cuando las víctimas son más obvias, cuando la propaganda es más nacionalista, xenófoba y racista. Pero con la crisis de Covid19, la guerra que libran los gobernantes es ostensiblemente una guerra para salvar vidas, y este cambio de presentación parece haber pirateado eficazmente los corazones y las mentes de muchos anarquistas que, en el fondo, llevan una profunda y genuina preocupación por los demás.

Pero debemos retroceder y reflexionar críticamente sobre nuestra situación. Es perdonable que, cuando nos encontramos en medio de una emergencia que se desarrolla con rapidez, al carecer de la información necesaria para tomar decisiones con seguridad, queramos seguir a los expertos que se ponen ante los estrados cuando piden que todos nos unamos por el bien común. Esa ya no es la situación. Ha pasado mucho tiempo desde que el SARS- COV-2 era un nuevo y misterioso virus respiratorio que infectaba a decenas de personas en Wuhan, y ha llegado a ser un virus de alcance mundial que ha infectado probablemente al 20% de la población humana*. Los investigadores de todo el mundo han aportado muchos datos, y ya no hay excusa para tomar decisiones basadas en el miedo, o para aceptar como verdaderas las percepciones y prescripciones estampadas por el Estado y distribuidas por sus lacayos en los medios de comunicación.

Creemos que esta crisis es como todas las que la precedieron, en el sentido de que hay un periodo de tiempo en el que aquellos con poder y riqueza ven una oportunidad para extender sus garras y robar más de ambos. Es un momento de miedo e incertidumbre colectivos que pueden explotar para hacerse con más control y enriquecerse a costa de las masas de la humanidad. Lo único que parece separar la crisis de Covid19 de las que la precedieron, es lo dispuesta que está gran parte del público (incluyendo tristemente a muchos anarquistas) a apoyar de buen grado y con entusiasmo la pérdida de su propia autonomía.

*A principios de octubre, la OMS informó de una estimación de que el 10% de la población mundial había tenido Covid19. Por lo tanto, es razonable que después de un segundo invierno en el hemisferio norte, ese número podría haberse duplicado.

¡¡¡La ciencia!!!

De entrada, creemos que es muy importante subrayar la naturaleza peligrosa y casi religiosa de cómo los medios de comunicación y el Estado están impulsando, y cómo el público está aceptando, la noción de un consenso científico unificado sobre cómo abordar políticamente la cuestión del Covid19. En primer lugar, la ciencia es un método, una herramienta, y su premisa fundamental es que siempre debemos hacer preguntas, y siempre debemos tratar de falsificar nuestras hipótesis. La ciencia NO es en absoluto una cuestión de consenso, ya que el experimento correcto realizado por una persona puede, con nueva información, demoler absolutamente los dogmas establecidos, y eso es la ciencia en su máxima esplendor. Además, el SARS- COV-2 es un virus que la humanidad conoce desde hace poco más de un año. Sugerir que existe una comprensión total e irrefutable de sus características y dinámica, y que todos los científicos e investigadores y médicos de todo el mundo están de acuerdo en lo que respecta a la política pública para enfrentarse a él, es absolutamente falso.

Además, nos adentramos en un territorio muy peligroso como sociedad cuando permitimos, es más, exigimos, que los expertos escondidos en laboratorios que utilizan métodos esotéricos actúen como las únicas voces en la sala para generar declaraciones políticas de talla única para naciones enteras que abarcan un terreno geográfico enorme, para naciones pobladas por grupos de seres humanos enormemente diversos que tienen todos necesidades diferentes. Este tipo de tecnocracia es un gran motivo de preocupación, al igual que cualquier afirmación de que aquellos que se muestran escépticos con respecto a estos esquemas de manipulación social son de algún modo unos lerdos intelectuales o que son anticientíficos.

La ciencia es una herramienta para iluminar a la humanidad mediante la elucidación de los mecanismos de causa y efecto. Es un proceso de descubrimiento. Lo que hagamos con esa iluminación, la forma en que vivimos nuestras vidas con la información descubierta, depende de nosotros como individuos y como comunidades.

Y por último, es muy fácil caer en la trampa de encontrar expertos que compiten entre sí. Una parte tiene un experto que dice X y la otra parte encuentra un experto que dice Y, y entonces estamos en un punto muerto. Entrar en ese tipo de debate no es nuestra intención, sin embargo sentimos que estamos entre la espada y la pared si no demostramos en algún nivel que la narrativa presentada por el Estado y sus medios de comunicación de perro faldero no está tan arraigada en los hechos científicos como les gustaría que creyéramos. Si no presentamos alguna prueba contraria, nos arriesgamos a que nos tachen de ignorantes e individualistas, cuyas verdaderas motivaciones son “egoístas”. No es fácil disipar una narrativa de mil millones de dólares que ha sido elaborada por los medios de comunicación estatales y privados de todo el mundo durante la mayor parte de un año, todo ello al servicio de la generación de una atmósfera de miedo y, por tanto, de conformidad, por lo que a continuación señalaremos algunas investigaciones en un esfuerzo por ayudar a nuestros lectores a construir una comprensión basada en la realidad y respaldada por datos de la situación actual, no para posicionarnos como poseedores de algún conocimiento alternativo secreto, sino simplemente para demostrar que existe una investigación que hace que muchos mandatos estatales parezcan absurdos incluso desde una perspectiva científica.

Investigación

La premisa subyacente a los cierres, encierres y toques de queda es que estos esfuerzos pueden detener la propagación del SARS-COV-2. ¿Pero pueden lograrlo? Esta es una pregunta matizado. En primer lugar, hay que reconocer que si se pudiera aislar a todos los seres humanos en su propia burbuja, sí, se podrían poner fin a probablemente muchas enfermedades (y a la vez causar una variedad de nuevos daños). Pero no es así como funciona un mandato en la realidad. Incluso excluyendo a los penumbrosos burlones a los que se culpa de los fracasos de estos esfuerzos de aislamiento desde California hasta Londres por no cumplir de manera perfecta, el hecho es que la civilización moderna requiere una cantidad masiva de trabajo diario para evitar su colapso inmediato, y ese trabajo requiere que los seres humanos entren en contacto entre sí, y que viajen grandes distancias.

Todo, desde el trabajo agrícola hasta el transporte de larga distancia. El funcionamiento de las centrales eléctricas, o los fontaneros que hacen visitas a domicilio. Los médicos deben ir al hospital, al igual que el personal de limpieza y de cocina. Las fábricas de fertilizantes deben seguir produciendo para la siguiente temporada, y también los centros de datos en expansión deben seguir funcionando para que todos los profesionales de cuello blanco puedan reunirse a través de Zoom. También están los almacenes de Amazon y los Wal-Marts. ¿Cómo podríamos cerrar sin nuestras entregas diarias? La lista de industrias e instituciones que no pueden cerrar si esperamos tener hogares con calefacción, agua potable, redes eléctricas funcionales, carreteras transitables y cualquier otro sistema de apoyo de la vida moderna, es muy larga, y cada uno de ellos requiere seres humanos para mantenerlos en funcionamiento. Este hecho, por sí solo, significa que nunca podría haber un bloqueo de actividad del 100% de la población.

Por supuesto, existe la nota lateral obvia de que la mayoría de la mano de obra que debe continuar, es de bajo salario y/o de cuello azul. Este hecho por sí solo hace que la idea misma de los cierres sea una empresa clasista. Pero este hecho ha sido discutido ampliamente, así que seguiremos adelante.

Recuerden también que estos cierres masivos nunca pretendieron (en la mayoría de los lugares, al principio) eliminar Covid19. Su objetivo era “aplanar la curva”, lo que se traduce en “ralentizar la propagación” del SARS-COV-2 para que los hospitales no se vieran desbordados. Hay que tener en cuenta que la mayoría de los hospitales en la mayoría de las localidades, nunca se enfrentaron a esta amenaza, y que incluso si es una buena idea para evitar el desbordamiento de los hospitales, los planes para prevenir tal escenario tendrían que ser locales – no nacionales, ni siquiera estatales. A medida que avanzaba el año, poco a poco, la percepción de la intención de los cierres se ha ido difuminando, y los políticos y sus expertos seleccionados han ido ampliando constantemente el plazo de los cierres, cambiando ahora la retórica para centrarse en la erradicación del virus. Esto es inaceptable, ya que es probablemente imposible.

En cuanto a estas medidas de cierre y su eficacia, la investigación ha encontrado que no tienen mucho efecto cuando se trata de reducir el número total de casos:

“Conclusiones: Aunque no se pueden excluir pequeños beneficios, no encontramos beneficios significativos de las NPI [intervenciones no- farmacéuticas] más restrictivas en el crecimiento de casos. Es posible que se consigan reducciones similares en el crecimiento de casos con intervenciones menos restrictivas.”

Otro artículo concluye:

“Se observan mayores tasas de mortalidad por Covid en los rangos de latitud [25/65°] y de longitud [-35/-125°]. Los criterios nacionales más asociados a la tasa de mortalidad son la esperanza de vida y su ralentización, el contexto de salud pública (carga de enfermedades metabólicas y no transmisibles (ENT) a comparación a la prevalencia de enfermedades infecciosas), la economía (crecimiento del producto nacional, ayuda financiera) y el medio ambiente (temperatura, índice ultravioleta). El rigor de las medidas establecidas para luchar contra la pandemia, incluido el encierro, no parecía estar relacionado con la tasa de mortalidad”.

Debemos entender absolutamente que ninguna intervención viene sin sus costes, y cuando una intervención implica la distancia, el aislamiento y el cierre de las salidas habituales de la gente para la interacción social y el apoyo, esos costes son soportados por la salud física, mental y emocional del público. No podemos destruir la salud pública para salvarla. Este editorial del British Medical Journal afirma:

“Los encierros también pueden causar daños a la salud a largo plazo, por ejemplo, por el retraso en el tratamiento y las investigaciones. Los retrasos en el diagnóstico y tratamiento de varios tipos de cáncer, por ejemplo, pueden permitir la progresión del cáncer y afectar a la supervivencia de los pacientes. Se calcula que un retraso de tres meses en la intervención quirúrgica causa más de 4.700 muertes al año en el Reino Unido. En Estados Unidos, se calcula que los retrasos en la detección precoz y el tratamiento causan cada año 250.000 muertes adicionales evitables de pacientes con cáncer.

Además, desde el inicio de la pandemia se ha observado un fuerte descenso del número de ingresos por síndromes coronarios agudos y procedimientos coronarios de urgencia en EE.UU. y Europa. En Inglaterra, el número semanal de ingresos hospitalarios por síndromes coronarios descendió un 40% entre mediados de febrero y finales de marzo de 2020. El miedo a la exposición al virus impidió que muchos pacientes acudieran al hospital, lo que les hizo correr un mayor riesgo de sufrir complicaciones a largo plazo por infarto de miocardio”.

A pesar de la presión de los gobernantes para presentar sus medidas draconianas preferidas como totalmente respaldadas por “la ciencia”, hay mucho desacuerdo entre los investigadores y los médicos sobre la mejor manera de superar esta crisis. Scientific American escribe:

“En la actual guerra del COVID-19, la división científica global se inclina fuertemente a favor de intervenciones activas, y a veces incluso draconianas, de salud pública, incluyendo el cierre generalizado de negocios no esenciales, la obligación de usar máscaras, la restricción de viajes y la imposición de cuarentenas. Por otro lado, algunos médicos, científicos y funcionarios de salud pública están cuestionando la conveniencia de este enfoque ante las enormes incógnitas sobre su eficacia y a la luz de las claras y crecientes pruebas de que tales medidas pueden no estar funcionando en algunos casos, y también pueden estar causando un daño neto. A medida que la gente se queda sin trabajo como resultado directo de los cierres, y que cada vez más familias se ven incapaces de cubrir el alquiler o la comida, se ha producido un fuerte aumento de la violencia doméstica, la falta de vivienda y el consumo de drogas ilegales”.

A la hora de justificar los duros encierros y toques de queda, muchas personas se apoyan en el peligro que representa Covid19, sin comprender del todo el nivel real de amenaza que supone la enfermedad. Debido a la postura alarmista de los medios de comunicación -una industria que sabemos que basa su éxito en captar la atención, y que también se esfuerza por impulsar las narrativas políticas oficiales- mucha gente cree que una infección por el SARS-COV-2 es mucho más mortal de lo que realmente es. Según un estudio realizado por John P. Ioannidis, de Stanford, la tasa de mortalidad por infección a nivel mundial es bastante baja:

“La tasa de letalidad por la infección en diferentes lugares puede deducirse de los estudios de seroprevalencia. Si bien estos estudios tienen advertencias, muestran una tasa de mortalidad por infección que oscila entre el 0,00% y el 1,54% en las estimaciones de 82 estudios. La mediana de la tasa de letalidad por la infección en 51 lugares es del 0,23% para la población general y del 0,05% para las personas de menos de 70 años. La tasa de letalidad por la infección es mayor en los lugares con mayor número de víctimas mortales. Dado que estos 82 estudios proceden predominantemente de epicentros muy afectados, la tasa de letalidad por la infección a nivel global puede ser modestamente inferior. Son plausibles unos valores medios del 0,15%-0,20% para toda la población mundial y del 0,03%-0,04% para las personas de menos de 70 años en octubre de 2020. Estos valores coinciden también con la estimación de la OMS de una tasa de infección global del 10% (por tanto, la tasa de letalidad por la infección ~ 0,15%) a principios de octubre de 2020”.

También somos conscientes del sentimiento común de que los cierres podrían eliminar el SARS-COV-2 si sólo fueran más estrictos, y si sólo cada persona participara perfectamente. Este es el tipo de pensamiento infalsificable que a los políticos y a los expertos les gusta impulsar para excusar el fracaso de las medidas anteriores para obtener los resultados deseados, así como para apuntar a los políticos de la oposición a los que les gusta insistir en que “dejaron caer la pelota” y que, por lo tanto, deberían cargar con la culpa de los estragos de la pandemia. Cualquier política que exija un cumplimiento del 100% está condenada al fracaso desde el principio. Incluso dejando de lado nuestro punto anterior sobre el trabajo necesario para mantener la sociedad, nunca habrá un 100% de cumplimiento por parte de todos los seres humanos en nada.

Creemos que también es necesario dejar claro que un nuevo coronavirus no es algo que los médicos o los investigadores detectarían inmediatamente cuando da su primer salto de los animales a los humanos. Como los coronavirus son comunes, y como inducen síntomas similares (además de tener un curso sintomático similar al de otras formas de virus respiratorios), y como el SARS-COV-2 no es sintomático en un tercio de las personas que lo contraen, no es sorprendente que estuviera circulando por la Tierra antes de que nadie supiera buscarlo.

Ahora se ha confirmado que el SARS-COV-2 estaba circulando en Italia en septiembre de 2019:

“Se detectaron anticuerpos específicos contra el SARS-CoV-2 RBD en 111 de 959 (11,6%) individuos, a partir de septiembre de 2019 (14%), con un grupo de casos positivos (>30%) en la segunda semana de febrero de 2020 y el mayor número (53,2%) en Lombardía. Este estudio muestra una inesperada circulación muy temprana de SARS- CoV-2 entre individuos asintomáticos en Italia varios meses antes de que se identificara el primer paciente, y aclara el inicio y la propagación de la enfermedad del coronavirus 2019”

Ya circulaba en el Reino Unido en diciembre:

“El profesor Tim Spector, epidemiólogo del King’s College de Londres, dirige el Estudio Zoe de Síntomas de Covid, que hace un seguimiento de los síntomas declarados por los pacientes durante la pandemia.

Afirmó que los datos recogidos “muestran claramente que muchas personas tenían el virus en diciembre”.

También estaba circulando en Estados Unidos a finales del otoño de 2019:

“Estos sueros reactivos confirmados incluyeron 39/1.912 (2,0%) donaciones recogidas entre el 13 y el 16 de diciembre de 2019, de residentes de California (23/1.912) y Oregón o Washington (16/1.912). Sesenta y siete donaciones reactivas confirmadas (67/5.477, 1,2%) se recogieron entre el 30 de diciembre de 2019 y el 17 de enero de 2020, de residentes de Massachusetts (18/5.477), Wisconsin o Iowa (22/5.477), Michigan (5/5.477) y Connecticut o Rhode Island (33/5.477).”

Existen otros ejemplos que demuestran que el SARS- COV-2 circulaba en varios países del mundo antes de que se confirmara su existencia en China. A medida que pase el tiempo, es probable que tengamos una imagen más completa de cómo era esta circulación, pero podemos suponer con seguridad que si hay anticuerpos en personas de varios continentes en diciembre de 2019, la circulación del virus habría comenzado meses antes. Y señalamos este hecho, de nuevo, para enfatizar que probablemente no había ninguna medida de bloqueo que pudiera haberse implementado para sofocar el virus, ya que había conseguido una ventaja tan increíble.

Sobre los principios

Como anarquistas, hay principios a los que volvemos como estrellas guía en la oscura noche de lo desconocido, y estos incluyen la libertad, la autonomía, el consentimiento y una profunda creencia en la capacidad de las personas para auto- organizarse para su máximo beneficio como individuos y como comunidades. Nadie conoce sus necesidades mejor que ellos mismos, y realmente, la mayoría de las personas tienen instintos de auto- conservación que les hacen seleccionar comportamientos que conducen a su propia seguridad y supervivencia, así como a la de aquellos a los que cuidan.

Al principio de la pandemia, cuando la información era escasa, fuimos testigos de cómo la gente tomaba decisiones para alejarse de las multitudes y las reuniones que no consideraban esenciales, mientras también iniciaban esfuerzos para apoyar y cuidar a aquellos que podrían ser más vulnerables a una enfermedad respiratoria en circulación que no tenía cursos de tratamiento bien establecidos dentro del campo médico.

Si bien acogemos con agrado la información y los datos, incluso los desagradables, que describen las circunstancias en continuo desarrollo, también creemos que hay que confiar en las personas para analizar esa información. En el paradigma actual, el Estado y sus expertos tecnócratas seleccionados filtran los datos disponibles y sólo destacan los que apoyan las decisiones políticas que ya han decidido aplicar sin ninguna aportación pública. La información y los análisis que pueden considerarse “buenas noticias” han sido ignorados en gran medida por el Estado y sus tecnócratas, mientras tanto los medios de comunicación al igual los han ocultado.

Siempre se pueden encontrar “expertos” para justificar los horrores. De hecho, nos costaría encontrar un caso en la historia reciente en el que los crímenes masivos contra la humanidad no vinieran acompañados de un sello de aprobación por parte de algún consorcio de expertos en el que se pidiera a todos los demás que confiaran ciegamente. La pandemia de Covid19 no es diferente, y como anarquistas sólo pedimos que recuerden que el debate, la crítica y la disidencia son componentes esenciales de las sociedades que valoran la liberación y la autonomía. Les pedimos a cada quien, independientemente de lo que decidan sobre la eficacia de las medidas de bloqueo, que reconozen que ninguna situación, por muy grave que parezca, justifica los edictos de las altas esferas que utilizan la amenaza de la fuerza y la violencia para lograr sus objetivos.

Nuestro firme compromiso con la autonomía humana, y con nuestra creencia de que ninguna autoridad es válida sin el consentimiento de aquellos sobre los que se ejerce, es lo que hace del anarquismo algo distinto a otras filosofías políticas. No abandonaremos este compromiso, y esperamos que usted tampoco lo haga.